Sigo sin entender la lógica de estas personas que creen que destrozar un banco o asaltar un Oxxo es una “acción contundente” contra el sistema; su planteamiento es tan infantil que, poco a poco, pierden el apoyo de otros sectores movilizados e, incluso, de otros grupos ácratas que ven en estas acciones la manera en la que el Estado y la burguesía se justifican de golpearlos, detenerlos y desaparecerlos.
El movimiento social debe tener fases y si la primera fase durante el peñismo fue el moderado #YoSoy132, aún no hemos llegado a una fase de insurrección; la gente no movilizada le tiene miedo a los encapuchados, los encapuchados no tienen un discurso sólido sobre sus acciones mas que repetir como guacamayas los discursos de hace un siglo, los activistas pacifistas no están dispuestos a perder el poco terreno ganado por diferentes métodos de lucha (no solo la movilización callejera); si queremos llegar a niveles de protesta como los vistos en Italia, España o por la ultraderecha en Ucrania y Venezuela, debemos entender que el momento no es ahora y las “acciones contundentes” sólo espantan a la sociedad que le tiene miedo hasta a no pagar su boleto de metro.
Por otro lado, está más que demostrado que la violencia generada por policías armados con escudos y toletes y protegidos con cascos y fornituras, además de portar extintores, gases lacrimógenos y balas de goma es la que genera el encabronamiento de estas personas encapuchadas que han demostrado tener la mecha muy corta.
Sin embargo, gente como Alejandro Martí y otros rufianes, empresarios y políticos demuestran su poco contacto con la realidad exigiendo a las autoridades que se “regulen” las manifestaciones en la capital, como ha sucedido en Quintana Roo.
El señor Martí apela a la ciudadanía; sin embargo, no creo que la ciudadanía se vea afectada por la ruptura de unos ventanales de una tienda de ropa o de un par de bancos; obviamente sí afecta a los dueños de esos negocios, pero ellos ni siquiera son mexicanos. En la marcha no vi que afectaran pequeños negocios o locales comerciales, al contrario, los anarcos les decían que estaban con ellos, “luchando por sus derechos”; quizá el dueño de una zapatería piense en el dicho de “no me ayudes, compadre”, pero bueno, así las cosas.
El señor Martí debe entender que no todos los chilangos tienen la oportunidad de tener un negocio o un automóvil y, en parte, es gracias a gente como Don Alejandro, que se mantiene esa brecha social, ya que este señor no aboga por la ciudadanía, sino por el grupo más beneficiado: los empresarios, los banqueros, la clase alta que quiere llegar a todos lados en auto porque el transporte público es para “nacos” y “huele feo”.
En lugar de sacar su versión más fascista, el señor Martí debería abogar por un mejor transporte público o para que las protestas sociales sean debidamente atendidas.
O, mínimo, que se respeten los derechos humanos de los detenidos en manifestaciones; una cosa es que alguien, sin armadura, golpee a alguien con armadura y se le detenga y presente al Ministerio Público y otra es que se le detenga, golpee, desaparezca por horas y abandone a su suerte en una oscura calle de la capital.
Señor Martí, haga el favor de pensar antes de ladrar.
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