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lunes, 3 de diciembre de 2012

Crónica 1 diciembre


Poco después de las ocho de la mañana del primer día de diciembre el sol aún no calentaba pero a las afueras de la estación de metro San Lázaro –por el Eje 3 Ote. Ignacio Zaragoza– se sentía un clima sofocante.

El Sitio a San Lázaro. 

A lo lejos, sobre la Avenida Eduardo Molina, esquina Emiliano Zapata, se apreciaban imágenes de guerrilla civil: decenas de jóvenes encapuchados lanzaban objetos hacia dentro del cerco que resguardaba el Palacio Legislativo de San Lázaro; ahí, centenas de granaderos de la Policía Federal se cubrían de la lluvia de proyectiles, mismos que regresaban con saña hacia los manifestantes que se defendían con escudos caseros –tapas de ollas pozoleras, burros de planchar, maderas y vidrios–. La escena incluía algunos pequeños incendios provocados por bombas molotov que no alcanzaban el objetivo que se mostraba incólume con las vallas de dos metros de alto que mantenían aparentemente seguros a los granaderos.

Intentamos cruzar de la salida del metro hacia Eduardo Molina, donde 200 metros más atrás se congregaba el grueso de los manifestantes; sin esperarlo un ardor en los ojos, picor en la garganta y una horrible sensación en la nariz inundaron el ambiente haciéndonos retroceder de manera inmediata. –¡Pinche lacrimógeno! ¡Putos tiras hijos de su… aaah!– fue el grito que se escuchó; corrimos prácticamente a ciegas, con dificultades para respirar hacia uno de los puestos callejeros que están en las cercanías del metro, –¿tienes agua?– pregunté con los ojos llorosos, imposibilitado de aspirar aire limpio por la nariz y con la garganta cerrada por el escozor del gas lacrimógeno, –sí, a ocho– contestó el vendedor, le pedí dos botellas, no reparé en el precio, estaba fría y deliciosa, me enjuagué los ojos y la cara y di un corto trago a la botella que compartí entre otras personas que intentaron cruzar con nosotros el “área de conflicto” enmarcada por un puente por el que nunca dejaron de pasar trenes del metro pese a la humareda de gases lacrimógenos e incendios generados por los cocteles molotov que se elevaba a través del puente.

Sabiendo a lo que nos enfrentábamos nos cubrimos el rostro con nuestras prendas y cruzamos corriendo, esquivando piedras y latas de gas; logramos llegar a la Avenida Eduardo Molina, donde un puente peatonal fungía de frontera entre los grupos agresivos y el grueso de los manifestantes que superaba los 10 mil. El puente fue ocupado por los reporteros, camarógrafos y fotógrafos que cubrían las protestas que iniciaron desde las cuatro de la mañana, hora en la que un contingente de mil personas partió del Monumento a la Revolución.

Las personas congregadas ahí desde la madrugada coincidían en que los enfrentamientos habían comenzado alrededor de las seis de la mañana; eran las 8:30 horas y la intensidad iba en aumento; a cada “triunfo” de los grupos violentos –a “triunfo” me refiero a lanzar una piedra o un coctel molotov o regresar las latas de gas lacrimógeno del otro lado de las vallas– se dejaba escuchar una andanada de aplausos y aullidos de aprobación, al mismo tiempo que se escuchaban las detonaciones de “bombas de ruido” (cohetones que simplemente explotan), silbidos de más cartuchos de gases lacrimógenos y sonidos que cortaban el aire que, después lo supe, pertenecían a las balas de goma lanzadas por los policías federales que se resguardaban detrás del cerco.

Miles de personas con las caras tapadas no representaban al grupo que atacaba a las autoridades en las vallas. Una escena: un proyectil sale disparado desde el área donde se encontraban los granaderos dejando una estela blanca, la munición pasa por encima la zona donde se arremolinaban los grupos agresivos, el gas lacrimógeno cae a pocos metros del puente peatonal, comienza la desbandada hacia atrás y hacia calles aledañas, un joven cubierto con una máscara antigas y guantes agarra la lata y la avienta hacia un terreno baldío, la gente de prensa intenta bajar el puente huyendo del gas, los efectos son inmediatos, tomas borrosas, fotografías fuera de foco, reporteros con cascos y pañuelos en la cara ayudando a sus colegas, botellas de agua, vinagre, coca cola y pepto bismol (medicina para el malestar estomacal), caras enrojecidas, miradas intentando enfocar algo, gritos.

El cuerpo se empezó a acostumbrar a los efectos disuasivos del gas lacrimógeno, los ojos llorosos ya no eran motivo de replegarse, el picor en nariz y garganta ya no impedía respirar. –¡Un herido! ¡Ábranse! ¡Quítense! ¡Una ambulancia por favor! ¡Está cabrón!–, los gritos nos regresan a la realidad fuera de la autocompasión, en una improvisada camilla va, inerte, un señor de alrededor de 50 o 60 años, sangra profusamente de una herida en la cabeza que deja ver su cráneo abierto y roto –¡Hijos de puta!– grita un joven mientras intenta dispersar el enjambre de cámaras de video y fotografía que se arremolinan para tener la mejor imagen del herido.

Ahora lo sé, le dicen Kuy, le reventó una lata de gas lacrimógeno en la frente, tiene más de 60 años y dicen que intentaba cruzar del metro hacia Eduardo Molina, como nosotros lo hicimos horas antes, está en coma inducido en la Cruz Roja de Polanco y no se sabe si sobrevivirá.

La ambulancia se acercó lo más posible al grupo que daba primeros auxilios a Kuy, el papel de visor imparcial, de periodista terminó valiendo madres, agarré del brazo a un joven que se encontraba a mi lado y lo jalé hacia atrás –¡Un carril! ¡Dejen pasar a los paramédicos! ¡Para atrás!...¡Más atrás!, ¡más!– grité con todas mis fuerzas, no sé si mi acción estuvo bien o mal, era la vida de una persona, el instinto de auto conservación de mi especie fue más fuerte. Los paramédicos lo lograron inmovilizar y trasladar a la ambulancia donde alrededor de una decena de jóvenes hostigaban al chofer para conocer el lugar a donde sería trasladado, –A la Central, a la Cruz Roja de Polanco– musitó malhumorado el conductor.

No pasaron ni 10 minutos desde que Kuy salió en la ambulancia cuando dos jóvenes llegaron con heridas en el rostro, sangraban bastante por no decir demasiado. Iban transportados en rústicas camillas hechas con lo que se encontró al paso. Llegaron más ambulancias, se convirtió en rutina, la valla humana para permitir libre tránsito a las ambulancias y paramédicos, las preguntas desesperadas sobre el destino de los lesionados, los gritos contra los policías, el gobierno –¡Peña Nieto, esto es tu culpa!– gritó una señora mayor.

Se comenzaron a escuchar gritos al fondo, al voltear, un camión de basura con alrededor de 20 jóvenes encima se abría paso entre la multitud de manifestantes, al rebasar el puente peatonal de Eduardo Molina los jóvenes se bajaron, quedando sólo tres dentro del vehículo que se lanzaron directo contra las vallas metálicas donde impactaron el camión para salir de él y correr en dirección contraria.
Le intentaron prender fuego pero los policías lo sofocaron con extintores y chorros de agua que parecían provenir de mangueras de bomberos.

Mientras esto sucedía, el contingente del movimiento #YoSoy132 se mantenía expectante a las afueras de la estación San Lázaro del metro, en la Avenida Ignacio Zaragoza. No se escuchaban consignas contra el gobierno, a lo mucho se escucharon unos cuantos gritos de “¡no violencia!”. El grupo de estudiantes decidió continuar su protesta pacífica y artística en el Zócalo por lo que emprendieron camino rumbo al centro de la Ciudad pese a que personas de otros grupos les exigían quedarse a “luchar hombro con hombro” gritando consignas como “¡ni un paso atrás!”. Los estudiantes intentaron convencer a estos grupos de unirse a su protesta pacífica, aunque no lo consiguieron y continuaron por su camino.

Fin del Sitio a San Lázaro, retirada rumbo al Zócalo

Poco después de una hora, miles de personas comenzaron a dispersarse; algunos con rumbo al Zócalo, otros con rumbo hacia su casa. El ambiente se tensó, los grupos agresivos veían cómo se quedaban solos y emprendieron la desbandada en contingente. Este grupo tomó la Av. Eduardo Molina hasta la calle Héroes de Nacozari donde empezaron a destrozar todo el mobiliario urbano como paradas de metrobús; al romper un ventanal o prácticamente desaparecer semáforos a golpes, el grueso del contingente –no más de 200 personas– aplaudía frenéticamente y envalentonaba a otros jóvenes a hacer pintas.
Los perdimos durante unos minutos ante el inminente riesgo de marchar con ellos, los volvimos a encontrar en la esquina del Eje 1 Norte Albañiles y el Eje 2 Oriente Congreso de la Unión, a pocos metros de la estación Morelos del metro; ahí cuatro policías desarmados cuidaban que no pasaran autos por esa esquina. Los jóvenes utilizaron como piñatas todos los semáforos que encontraron ante la mirada impotente de los uniformados. Un joven con el rostro descubierto les advirtió a los policías de tránsito que “esto era su culpa” por “trabajar para un gobierno represor”.
El grupo continuó su camino por el Eje 1 Norte, nosotros tomamos el metro y nos fuimos a recargar baterías, humanas y de los celulares.

Reforma, zona en guerra

Después de descansar un par de horas salimos hacia Reforma, la escena era espeluznante camiones, camionetas y patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal daban rondines mientras grupos de no menos de 100 granaderos se movilizaban a pie a lo largo y ancho de la avenida.
Los informes de las redes sociales informaban de escaramuzas entre granaderos y manifestantes en Bellas Artes, Eje Central y Madero, Madero y Palma y el Zócalo, pero parecía que la destrucción ya había terminado en Reforma.

Decenas de pequeños grupos –no mayores a 30 personas–, muchos de los cuales habían estado en el mitin del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador se manifestaban en la céntrica avenida gritando consignas contra Peña Nieto, Calderón y las autoridades.
Otra escena: un grupo de 20 manifestantes entre los que había señoras mayores, adultos, jóvenes y niños se manifestaba pacíficamente, un grupo de alrededor de 30 granaderos les impiden continuar rumbo al Zócalo, más granaderos forman un cuadro alrededor de los manifestantes y los “encapsulan”, los hombres y los jóvenes crean un círculo para proteger a las mujeres y niños, los granaderos comenzaron a cerrar el cuadro apretando a los manifestantes, los activistas gritaban –¡Ya estuvo! ¡No estamos haciendo nada! ¡Nos están apretando! ¡No sean ojetes, no estamos haciendo nada! ¡Hay niños y señoras!–, intenté salir y quedé atrapado entre las dos primeras filas de granaderos –¡Soy prensa, déjame salir!– supliqué a los uniformados a mi alrededor, uno de ellos me dijo –¡Órale, sáquese a la chingada!– mientras me empujaba hacia fuera del cerco, donde más granaderos llegaron a rodear, –¡soy prensa, chingada madre!–, grité, –pues aquí te aguantas, tranquilito cabrón–, respondió uno de los granaderos. Comenzaron las detenciones arbitrarias, del pequeño grupo de manifestantes extrajeron a dos personas al azar y las subieron a una patrulla, el granadero que me pidió tranquilidad le gritó a sus colegas –¡Aquí tengo a uno! ¡Aquí tengo a uno!–, se acercó otro uniformado que me agarró, le dije que estaba trabajando, que era reportero y me soltó, el granadero que pedía mi detención vociferó –¡Aquí tengo a uno, está blandito! ¡No se puede ni mover el pendejo!–, otro granadero me agarró del cinturón y me sacó del tumulto de granaderos –¡Soy prensa, cabrón!– le grité enfurecido, –¡me vale madres!– respondió y me subió a una patrulla.
En la patrulla iba con dos jóvenes menores de 20 años detenidos de la misma forma que yo; el conductor de la patrulla en ningún momento nos faltó al respeto y contestó nuestras dudas, nos informó que nos trasladarían a la Agencia 50 del ministerio público, pero en la esquina de las calles Dinamarca y Liverpool en la colonia Juárez, a tres cuadras de Reforma se detuvo donde un comandante que se encontraba parado a un lado de una motocicleta “nos dejó libres” recomendándonos irnos “directo a nuestras casas y dejar de estar de desmadrosos”, pues “ésta es la única que les voy a pasar”. Le expliqué mi situación de reportero cubriendo la información por lo que no podría regresar a mi casa, me pidió disculpas, me ofreció su mano y me recomendó cuidarme “pues esto va pa´largo”. Me despedí de él y alcancé a mi compañero en el monumento a la Revolución.

Revolución, Bellas Artes, Zócalo

El monumento, donde se asentaba la Acampada Revolución 132, parecía un avispero listo para la última batalla, centenares de granaderos los rodeaban a una distancia prudente, el contingente golpeó un par de patrullas que pasaban por el lugar y se mantenían en alerta, con miradas desafiantes hacia los uniformados.
El grupo se comenzó a dispersar rumbo a Insurgentes, nosotros caminamos por Reforma, documentando daños a “los símbolos del capitalismo voraz y el imperialismo rampante”, locales deshechos, ni un cajero funcional, hoteles y restaurantes con daños en sus puertas y ventanas de los tres primeros pisos, graffitis evocando a Marx, al Ché Guevara, a la lucha anarquista, a la movilización violenta.

El Estado de Excepción en el centro de la ciudad parecía ceder, los autos comenzaron a circular por la avenida, la gente fotografiaba con sus celulares los daños a los negocios, la Avenida Juárez parecía un campo de guerra, macetas, bancas, vallas, piedras, palos, botellas y hasta maniquíes mostraban un panorama desolador, las banquetas rotas, las paredes graffiteadas, las familias cuidando que sus hijos no pisaran los vidrios esparcidos por la rotura de cristales.

Un Strabucks, justo enfrente del Hemiciclo a Juárez de Marcelo Ebrard (según su Twitter), tres jóvenes con cara de asustados, dos personas de servicios de seguridad privada, vidrios por todos lados, un té chai venti frío rubricado con el nombre de Lorena abandonado en una mesa llena de fragmentos de vidrios, un maniquí de la tienda Nike que está a un costado en la misma plaza adentro de la cafetería. No hubo declaraciones de los empleados, no quisieron y no los dejaron, lo que ellos querían era irse a casa.

En Bellas Artes las vallas yacían esparcidas en el suelo, testimonio del duro enfrentamiento que se suscitó hora y media antes, pintura y manchas de quemaduras en el asfalto. Mientras que en Eje Central, en la esquina de Juárez o de Madero (depende de dónde se vea), un grupo de 50 o 100 manifestantes se sentaban en la avenida al grito de –¡no violencia!– después de haber sido rodeados por un número tres veces superior de granaderos.

Madero, la calle que se convirtió en peatonal durante este sexenio parecía ajena a las revueltas en sus alrededores, los negocios abiertos, mimos y actores callejeros haciendo sus actos, familias caminando, vendedores ambulantes, un sábado cualquiera, un anticlímax.
Zócalo: la normalidad aparente se terminaba al cruzar la plaza en su totalidad; manifestantes al pie de Palacio Nacional gritaban consignas mientras eran contenidos por cientos de granaderos de la Policía Federal y de la policía capitalina.
Conatos de bronca: un joven le grita a un policía, el policía se ríe y el activista se encabrona, le mienta la madre, el policía amaga con golpearlo con su tolete, el manifestante se pierde entre la multitud.
Imágenes varias: todos los policías portaban escudo, tolete, casco, latas de gas lacrimógeno, sonreían ante los reclamos de los manifestantes, parecían disfrutar el enojo que causaban entre la gente. Gritos, solicitudes de hablar con el mando superior, la queja, “agarraron a un chavito y lo metieron a Palacio Nacional” se escucha de alguien que no logro identificar. Forcejeos, se calma el ambiente. Ya es tarde, el cuerpo ya no responde, demasiadas emociones, hay que descansar, mañana el ruinoso centro de la ciudad amanecerá arreglado o en proceso de, el Hemiciclo a Juárez amanece como nuevo, Ebrard rápidamente mandó a arreglar “su” monumento.


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lunes, 12 de noviembre de 2012

La democracia de los niños


Foto: Especial

Voto libre y directo, cabildeo, exposición de argumentos en los disensos y logro de consensos; toda una demostración de democracia auténtica fue lo que aprendí de ver a un grupo de niños jugando el pasado domingo.

Podría asegurar que estos niños entre seis y diez años no tenían idea que lo que estaban haciendo para decidir a qué jugar era la demostración más bella y perfecta de la democracia.

–¿Quién vota por las escondidas?– preguntó la niña que se veía más grande y que asumió la responsabilidad de “mesa”, –¡Yo!– –¡Yo también!– –No… ayer jugamos a las escondidas– respondió uno de ellos.
–Bueno… ¿y si jugamos stop?–  cuestionó la pequeña “mesa”, el voto se dividió: las niñas votaron a favor, los niños rechazaron la propuesta porque “es un juego de niñas”.
–¡Ya sé, vamos a jugar avión!– replicó uno de los niños, –¡Sí!– fue la respuesta en grupo, se había logrado una votación unánime.
La más pequeña del grupo, de unos seis años comentó con cierto temor –Yo no tengo gises, ¿quién tiene?–, silencio, surgía un problema grave: no había gises para pintar el avión.

Empezó el cabildeo, las niñas intentaban convencer a uno de los niños para que “votara” a favor del stop, los niños conformaron un bloque para “defender” a las escondidas; parecía que se había llegado a un punto muerto en la discusión hasta que la “líder” se subió a unas escaleras de uno de los juegos y dijo –Ok, jugamos a las escondidas pero no se vale esconderse en las casas, ni en la otra zona de juegos (a unos 50 metros)–, el bloque masculino se miró y se apartó unos metros del “pleno” para deliberar la propuesta; al cabo de cinco minutos regresaron aceptando el ofrecimiento con la condición que los equipos serían dos: uno de hombres y el otro de mujeres, las niñas reviraron y pidieron que los niños tendrían que contar “hasta 100, porque son más rápidos”, los jovencitos aceptaron y empezó el juego, y siguieron jugando hasta ya entrada la noche.
Foto: Especial

Esta situación la hemos vivido muchos –por no decir todos– en algún momento de nuestras vidas, sin saber que lo que practicábamos era democracia creíamos que era la mejor manera de jugar todos felices; ¿qué nos pasó?, ¿en qué momento descubrimos el significado de “democracia” para hacer todo mal?

El ver a estos infantes me recordó las primeras Asambleas Generales Interuniversitarias del #YoSoy132, cuando la mayoría llegábamos sin saber exactamente cómo funciona la política y la democracia; nos estrellamos contra la pared cuando los grupos políticos de antaño comenzaron a clavar sus colmillos para hacernos “crecer” de un trancazo en materia de cabildeos, exposición de argumentos, búsqueda de consensos, mociones y demás términos a los que nos hemos familiarizado en estos últimos meses.
¿Por qué no regresar a la democracia de los niños? Busquemos la forma en la que todos podamos jugar y ser felices.

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martes, 30 de octubre de 2012

La guía de nuestro Pastor Alemán


A lo largo de cuatro largos años de carrera, no sólo conocí a los mejores amigos y colegas que pueda tener, sino que me repitieron hasta el cansancio que el “periodismo de aula” distaba bastante –o cuando menos lo suficiente– del periodismo que vemos a diario en periódicos, en la televisión, la radio o la internet.

Siempre he asegurado que la única verdad universal y, por lo tanto absoluta, que todos tenemos es que algún día moriremos, por eso, en contraste con nuestro “Pastor Alemán”, yo no busco demostrar que los dioses del olimpo periodístico me ungieron como único conocedor de la verdad absoluta.

Tengo que aceptar que comencé a leer al –quién sabe cómo– ganador del Premio Nacional de Periodismo 2005 hace unos pocos meses, cuando se platicaba con genuina indignación de sus columnas (Itinerario Político publicada en El Universal) dedicadas al movimiento #YoSoy132 donde su mejor argumento era y es autoproclamarse como un “periodista” con todos los adjetivos que se le puedan agregar, claro, de manera positiva.

Ya le contesté en alguna ocasión y mi compañero, amigo, filósofo y hermano de lucha, Ricardo Bernal le dedicó una extensa carta en la que, de manera directa y sin rodeos (contrario al estilo de Ricardo Alemán) le refutó cada uno de sus argumentos; el excelso periodista simplemente escribió “Sigo pensando lo mismo”.
Definitivamente hay gente tan necia que jamás entenderá que la Tierra no es plana o que el Sol no gira a nuestro alrededor. Y me permito una licencia “ricardoalemaniana” para intrigar sobre si nuestro Pastor Alemán se comporta así por una clara deficiencia mental o por una suficiencia económica al actuar como el Cancerbero en medios del PRI.

Como Daniel Santoro ya lo dijo en su libro “Técnicas de Investigación” –y no planeo equipararme con él–, “la investigación es la esencia de nuestro oficio, porque el periodismo es siempre indagación y búsqueda. Pero también constituye una especialidad: ciertamente la más costosa, en términos de esfuerzo y de presupuesto, y la más riesgosa. Ya lo sabían los periodistas norteamericanos que, a principios del siglo XX, comenzaron a examinar las profundidades de la política, y el gobierno los llamó ‘rastrilladores de estiércol´”. En lo personal, siempre preferiré ser un “rastrillador de estiércol” (término acuñado por Theodore Roosevelt en 1906, quien calificó de muckrakers a los periodistas que buscaban “basura política” en lugar de informar sobre los logros de su gobierno) que un “cazador de platos voladores”, como se les conoce en Argentina a los periodistas que sacan conclusiones sin fundamentos, como entenderá nuestro querido Pastor Alemán.

Santoro comenta sobre ellos que “ni ellos (los “cazadores de platos voladores”) ni los que llamamos denunciólogos producen trabajos serios y profundos (…) Quienes todos los días tienen una historia negra para contar, en realidad ofrecen conjeturas sobre los sospechosos de siempre sin datos verificables. Su táctica de  marketing se reduce a dar golpes de efecto sobre un tema a partir de sospechas pero sin pruebas. Una semana después lo sepultan y buscan otro asunto sensacional, y de nuevo generan mucho ruido sin descubrir los resultados concretos”. Que conste que no lo digo yo, un simple “ternurita”.
Ricardo Alemán, un periodista ejemplar.                          

También Tomás Eloy Martínez comenta en su texto Defensa de la utopía (citado por Santoro) que “cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. –Y agrega– El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.

Por si no le es suficiente a nuestro Pastor Alemán, también Gabriel García Márquez dijo alguna vez que “la investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo periodismo tiene que ser investigativo por definición”.

Sé que es sumamente difícil que nuestro querido can-“periodista” articule una respuesta inteligente a este texto por lo demostrado anteriormente; sólo quería demostrar que siempre se pueden exhibir las pobres prácticas periodísticas de don Ricardo; quizá Ricardito se convierta en un “rastrillador de estiércol” si intenta salir del lugar en donde se ha metido solito. ¡Sería toda una hazaña!


*Todas las citas fueron tomadas del capítulo “De los “rastrilladores de estiércol” a la generación de internet” del manual sobre técnicas de investigación de Daniel Santoro (páginas 17 a 26) proporcionadas en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García como material de apoyo.

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lunes, 29 de octubre de 2012

La censura de El Universal


El Universal fue, para mi, la empresa en la que empecé a sentir el rigor de trabajar en un diario, aunque sin tanta presión pues realicé mis prácticas profesionales en el área de TV; quizá lo único que tenga que agradecerle a El Universal es la oportunidad de conocer a algunos de mis amigos y maestros en el arte del periodismo en televisión online fuera de las aulas.

A Rodolfo, Rocío, Iván, Toño, Damián, Erik, Víctor, Belem, Fernando y otros tantos, muchas gracias por permitirme aprender de ustedes (actualmente sólo tres de los nombrados continúan ahí).

Fue aquí donde aprendí la importancia de los intereses monetarios y personales de Ealy Ortiz; no fue una la nota que me pidieron “bajar de tono” pues tocaba intereses del PRI del Estado de México, cuando Enriquito era gobernador.

Todavía hace unos meses, al participar en un foro sobre el 132, me “corrieron el chisme” que el foro no saldría al día siguiente pues ya traían “algo de Peña en portada”; dicho y hecho, el foro salió el domingo y en su versión para TV jamás se publicó.

Ahora, en su intento de parecer un medio abierto a la crítica, publican –cada sábado– un artículo escrito por integrantes del movimiento #YoSoy132.

La infame columna del “riguroso y ético periodista”, Ricardo Alemán, en la que me contestó sobre una carta que le envié despertó la indignación de mis hermanos y amigos, especialmente de uno –a quien aprecio por su capacidad intelectual y compromiso social–, Ricardo Bernal, quien escribió un estupendo texto en el que evidencia la nula calidad periodística de Alemán.

Fue más de un mes de hablar por teléfono con Alejandro Jiménez, director de opinión de El Universal –quien prometía en cada llamada que “el siguiente sábado se publicaría”– para que el sábado 27 de agosto se publicara en el espacio “destinado” al movimiento por el diario.

¡Sorpresa! Hoy intenté entrar a ver los comentarios generados por esta crítica fundamentada y resulta que la página “no existe”.

Como diría nuestro amigo Alemán: ¿Cuál es esta chabacana apertura de El Universal que dura 48 horas, a lo mucho?

¿Le habrá dolido tanto al “opinólogo” Alemán que exigió su censura?

¡Qué mal se ve El Universal!

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