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Se permite la reproducción total o parcial de los textos dando crédito al autor: Ari Santillán, mediante licencia Creative Commons.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Crónica 19S (intento 1)

El martes 19 de septiembre de 2017, a las 10:59 de la mañana nos encontrábamos terminando una junta de trabajo; todavía bromeamos sobre la sorprendente puntualidad del fin de la junta para acudir y ser parte del simulacro que conmemora el terremoto que nos sacudió hace 32 años.

Una hora y catorce minutos después, ya frente a la computadora, revisando correos sentí que la tierra se movió; la alarma no sonó. “Está temblando” decíamos mientras salíamos de la vieja casona coyoacana donde trabajamos más de 50 personas; el orden prevalecía, hasta que el piso se nos movió y casi terminamos rodando por las escaleras; el movimiento, ahora lo recuerdo, me causó un miedo que nunca había experimentado pero yo no temblaba, intentaba apoyar a mis colegas, a la fecha no recuerdo qué hice para ayudarlos. Los autos se mecían sobre sus ruedas y el piso nos sacudía con violencia. Mientras bajaba las escaleras envié un mensaje al grupo de whatsapp de “Familia”, solo puse “todo bien”. Me puse a localizar a mi hijo y a su mamá –que dejó su celular en la sala de su casa– como loco y con unas ansias de muerte esperaba el mensaje: “estamos bien”, que llegó casi una hora después… o no sé cuánto tiempo.

“Se sintió horrible… te quiero abrazar”, apareció un mensaje en mi teléfono como si del otro lado, a pocos kilómetros, me leyeran la mente; no traía a mi caballito de aluminio por una lesión en la rodilla que, supuestamente, me prohibía rodar por un mes. Mi corcel estaba en la colonia Roma y yo en Coyoacán; intenté llegar con unos compañeros de trabajo que iban a la zona en auto, imposible. Caminé un buen tramo hasta llegar a ese abrazo, ese primer abrazo en el que, de pronto, como otro temblor, todo volvió a sacudirse, aún pensaba en mí y los míos, todos estaban bien. Me despedí y seguí caminando hasta la esquina de Gabriel Mancera y Xola. Gritos, gente corriendo, me acerqué. Donde antes había una calle, ahora sólo había piedras y donde antes había un edificio ahora solo un montón de escombros en los que se revolvían ladrillos con ollas exprés, con calzones de hombre, con copias de una IFE, con lo que parecía una persiana.

De la oficina salí con cámara en mano, “voy a documentar” pensé. Al ver la destrucción no pude disparar una sola foto, guardé la cámara y corrí, escalé y empecé a ayudar a otras personas que, como yo, la imagen nos movía mucho más que cualquier temblor. Comenzamos a quitar piedras, no había herramientas ni nada más que manos, pocas aun. De pronto, clarito se escuchó “Aquí estamos, ayuda por favor”. Mi cuerpo se paralizó, no sabía qué hacer, qué decir, la piedra más pequeña me pesaba toneladas. Un señor le decía a la pila de escombros “no te preocupes, mi reina, vamos por ti, ahorita te sacamos, aguanta”. Logré levantar la vista y ver que ya no éramos los poquitos del principio y que empezaban a llegar picos, palas, mazos, cubetas y más gente; cubrebocas y agua, aun ninguna autoridad. Me salí de la “zona cero”, mi cuerpo no me hacía caso, tenía ganas de llorar de frustración pero no podía; me calmé un poco ya afuera de la zona de desastre y logré tirar no más de 10 fotos. Volví a pensar en que necesitaba mi bici. Emprendí camino por Gabriel Mancera rumbo a la Roma para recuperarla y ayudar más.

Encontré a un amigo que llevaba su bici, él iba a apoyar y tomé su bici para ir por la mía; llegué a la Roma donde ayudé a mi mecánico a dejar a mi querido caballito de aluminio en perfectas condiciones y regresé a dejar la bici de mi amigo.

A las 10pm llegué a casa, abrumado, no entendía qué estaba pasando; me quité la ropa y me metí a la cama; estaba intranquilo, desesperado, con una sensación de inutilidad que me devastaba; me vestí, calcé botas, chaleco reflejante y casco, agarré mi bici y la bajé tres pisos para subirme y rodar, no sabía a dónde; quería hacer todo: sacar gente, remover escombros, llevar víveres, entregar comida, agilizar el tránsito, descargar las donaciones que empezaba a llevar la gente; terminé en la Cruz Roja de Polanco donde me encontré a otros ciclistas. Los voluntarios nos cargaron, nos mandaron al albergue en Plan Sexenal y a entregar enlatados a la colonia Del Valle.

De ahí empezamos a llevar víveres de los centros de acopio en zonas seguras a las zonas de desastre; entregábamos directo a voluntarios y brigadistas, ida y vuelta por diversas zonas hasta que nos pidieron abastecer el centro de acopio en Alberca Olímpica, hasta donde fuimos. De ahí, ya agotados, decidimos regresar a casa. Decidimos acompañarnos hasta el Ángel de la Independencia, pero se nos volvió a atravesar el edificio caído en las calles de Edimburgo y Escocia. Sin dudarlo fuimos a ayudar, pero las brigadas ya estaban mucho más organizadas y nuestra ayuda sería requerida hasta dos o tres horas después, el cansancio era visible y decidimos continuar hacia nuestros hogares.

Llegué a las 7am exhausto y caí en cama, no pensé, no soñé, sólo dormí. Yo, que podría dormir más de 12 horas sin ningún problema, sólo pude dormir tres. Me levanté como resorte, desayuné tres huevos, café y un poco de pan, me bañé, me vestí y volví a salir; me topaba con contingentes ciclistas y me junté con varios, empezamos a llevar víveres a diferentes zonas, a apoyar a los automovilistas atascados en el tráfico a que sus donaciones llegaran lo más pronto posible. No recuerdo bien ese día; sólo que no paré de rodar, descansé un poco y cargué mi teléfono en no recuerdo dónde ni con quiénes. ¡Qué difícil es escribir cuando tu cuerpo tiembla seis días después! Creí que estaba listo para escribir, para sacarlo todo. Quizá no es el momento.


Lo publico para no olvidar, para que nunca me vuelva a ganar la "normalidad", el egoísmo, el individualismo. Para recordar lo que siento en estos momentos y saber que está de la chingada.

martes, 12 de septiembre de 2017

Confianza o sobre Acopio en Bici

La bici te hace transparente, eres tú propulsado por tu fuerza, no tienes un parabrisas o una estructura metálica que te proteja.

La bici también te hace consciente de tus capacidades. Cargar más de 100 kg en un automóvil y trasladarlos es bastante sencillo. No es lo mismo hacerlo en una bicicleta donde tú eres el motor.

Pero la bici también te hace humano. Te hace empático con tu entorno y con “el otro”, con el que está cerca y con el que está lejos.

Así, horas después del temblor del pasado 8 de septiembre, la zozobra de estar bien pero recibir información a cuentagotas de los graves daños en Oaxaca, Chiapas y Tabasco hizo que un grupo de ciclistas unidos originalmente para apoyar a otras personas en caso de incidentes se preguntaran ¿qué podíamos hacer para ayudar?

Así surgió la idea de hacer una red de acopio en bici. ¿Cuánta gente habrá allá afuera con ganas de apoyar con donativos en especie y sin posibilidad de ir a un centro de acopio? ¿Y si la congestión de la Ciudad de México impide que muchísima gente llegue a entregar los víveres? ¿Y si pasamos a recogerlos “a domicilio” y los entregamos en los centros de acopio, en bici?

Así nació la idea, sin gran fundamento, sin gran planeación pero con muchísimo corazón. Corazón que se empezó a hacer cada vez más grande gracias a que más personas hicieron suya la idea y empezaron a resolver los problemas logísticos, de transparencia y seguridad, de comunicación y gestión, de organización y difusión.

La bici como herramienta de ayuda humanitaria. A través de redes sociales se lanzó el proyecto ya armado y comenzamos a recibir respuesta de muchísimos ciclistas de cualquier tipo (fixeros, MTB, BMX, ruteros, urbanos, bicimensajeros, etc.) dispuestos a ocupar parte de su tiempo para trasladar víveres. Desde el “centro de operaciones”, otros ciclistas como Calaverita, Pepe, Gil, Ferfis, Hugo, Memo y otros muchos más empezaron a gestionar la logística.

Después empezaron a llegar los interesados en donar. Y comenzó el efecto bola de nieve.
Hoy el grupo de ciclistas agrupados en el proyecto Acopio en Bici tiene a 76 seres humanos dispuestos a ayudar; ¿cuántos kilómetros habrán recorrido? ¿cuántos kilos de ayuda? Esto es lo que menos importa. Las historias se suceden una tras otra y se guardan en ese lugar especial del corazón de cada uno de los voluntarios donde ponemos aquello que nos motiva a seguir adelante, historias que conocieron por las ganas de ayudar.

Llevo tres días lesionado de una rodilla… los mismos que lleva de vida esta red donde la camaradería es impresionante, nadie escatima en salir a apoyar a otro, aunque no se conozcan. Llevo tres días con el corazón latiendo a mil, con la fe en que sí podemos hacer un mejor lugar para vivir, con las ganas de volver a subirme a mi bici, con el agradecimiento infinito a cada uno de los voluntarios por luchar para dejar un mejor mundo para nuestros hijos.

Cada mañana me despierta el dolor en la pierna y desaparece nada más de abrir el Whatsapp y ver más de 200 mensajes de voluntarios organizándose para recoger donaciones.


No tengo más palabras que ¡gracias! Gracias a cada una de estas personas que pedalean con el corazón. Espero poder conocerlos a todos.

lunes, 26 de junio de 2017

¿Por qué la ciclista se metió al carril del Metrobús?

¿Cuántas veces ha salido de su casa pensando en morir en un hecho de tránsito?, ¿cuántas veces toma su auto, su bici, el transporte público o camina pensando "hoy quiero verme involucrado en un incidente vial"?

No nos movemos pensando en matar o morir a medio camino. Nos movemos para ir a nuestro trabajo, escuela, al cine, a pasear, a ver a algún familiar o amigo, para ir a comprar un litro de leche o una despensa completa.

El 22 de mayo me volvieron a arrollar; un sujeto de nacionalidad armenia que conducía una camioneta Mercedes Benz con placas del Estado de México EMH 22 50 aceleró para pasar por encima de los bolardos que confinan la ciclovía de Horacio y arrollarme. La imagen fue tal que los presentes se le fueron encima; patearon la camioneta y le "cantaron el tiro" al conductor. Ante esto, una persona me preguntó "¿otra vez?, ¡algo debes estar haciendo mal!".

No supe qué contestar hasta hoy; ya sé qué estoy haciendo mal: respetar las reglas.

En bici no ruedo sobre banquetas ni en sentido contrario; no utilizo audífonos y utilizo mis brazos para hacer previsibles mis movimientos; intento utilizar la infraestructura disponible (que esté libre de obstáculos, baches o coladeras) e intento conducir mi vehículo de una forma cordial y respetuosa con todos.

Y no, no siempre lo hago; también he rodado sobre banquetas y en sentido contrario; he olvidado hacer señales con mis brazos y a veces me salgo de la ciclovía; también he rodado por el carril confinado del Metrobús y también he mentado madres.

Riesgo vs riesgo

Para entender por qué los ciclistas "no respetan" algunas disposiciones del reglamento de tránsito, habría que hacer un ejercicio que, a veces, parece muy difícil: ser empáticos.

Al andar en bici por la ciudad no hay peor sensación que llevar un automóvil a pocos centímetros de ti, sabiendo que con un pequeño movimiento de tobillo, ese auto puede arrollarte sin mayor problema; sabiendo que esa pequeña distancia puede provocarte una caída si es necesario hacer alguna maniobra por un bache, por ejemplo; sabiendo que si el conductor del auto va distraído, en el mejor de los casos con su GPS o con los miles de espectaculares que contaminan nuestra ciudad. Peor aún si el automovilista lleva prisa, está desesperado por la congestión o perdido, buscando una dirección.

Cuando empiezas a moverte en bici por las calles de la ciudad, lo que buscas es prevenir la mayor cantidad de riesgos posibles; es riesgoso andar en sentido contrario, sí. Pero es más estresante traer un auto atrás de ti. Esta lógica que no carece de sentido común es la que orilla a muchos ciclistas a rodar en sentido opuesto, sobre todo si no hay experiencia rodando en las calles o no se tiene el temple para que esta situación no afecte tu recorrido.

Pasa algo similar con las banquetas; para un ciclista, el peatón representa un riesgo mínimo contra un automóvil. Antes de continuar, quiero dejar claro que estoy completamente en contra de rodar por las banquetas. Continuemos... Reforma es un gran ejemplo: la ciclovía en muchos tramos está en pésimas condiciones, hay incorporaciones peligrosísimas como las de las glorietas del Ángel, la Diana, el Colón, entre otras, donde los autos dan vuelta desde carriles centrales; además, esta ciclovía es constantemente (por no decir perpetuamente) invadida por taxis, servicios de pasajeros como UBER o vagonetas de turismo. El riesgo de circular por la banqueta es atropellar a un peatón; el riesgo de circular por la ciclovía confinada es, en el peor de los casos, ser arrollado y morir por un automovilista que se quiso estacionar ahí "nomás 3 minutos".

El riesgo de circular por el carril del Metrobús vs el riesgo de circular por Insurgentes o Vallejo


Hace unos días comenzó a rolar un video de una compañera ciclista con la pierna destrozada, ella estaba sentada en el camellón central de Vallejo, sobre el carril confinado del Metrobús. "¡Es una irresponsable!". ¿Están seguros?

Analicemos.

Circular por avenidas como Vallejo o Insurgentes, sin infraestructura ciclista y con carriles angostos, con miles de automovilistas queriendo pasar lo más pronto posible, aventando su auto para "abrirse paso", dando vueltas continuas, pegándose lo más posible al vehículo de enfrente en lo que llamo "la guerra del milímetro", contra circular por un carril despejado en el que los únicos que pasan son los BRT con frecuencias de paso prevenibles; siempre nos puede fallar el cálculo y terminar involucrados en un hecho de tránsito.

Entonces, ¿debemos permitir que los ciclistas rueden por los carriles del Metrobús?
NO, nunca; es peligrosísimo, sobre todo por el peso de un camión de estas características, lo que provoca que tarden más en frenar, además del riesgo que implica para los usuarios del transporte público que el bus frene en seco.


Lo que la autoridad debe hacer es generar infraestructura de calidad, previendo aforos futuros, que hagan que los ciclistas se sientan más seguros en él que en el carril del Metrobús o en la banqueta. Lo que nos toca como ciudadanos es exigirlo; no sólo por los ciclistas, sino por todos; arrancaba este post mencionando que nadie sale de casa pensando en matar a alguien.

Aunque lo primero que debemos de hacer es dejar de culpar a las víctimas y practicar nuestra empatía.