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martes, 28 de agosto de 2012

Ricardo Alemán y el mito de Sísifo


En el canto número XI de La Odisea, Homero nos presenta la imagen de Sísifo. Condenado  por su irreverente actitud, quien fuera rey de Éfira debe colocar una roca en la cumbre de una ladera. 
El trabajo parece sencillo, pero los dioses se han empeñado en hacer infructuosos todos sus esfuerzos. La ladera es tan escarpada que, justo antes de llegar a la cumbre, la roca cae y regresa a su origen. El hijo de Eolo debe repetir esa misma operación una y otra vez, debe afanarse infinitamente para lograr algo que nunca podrá concluir de manera adecuada. 

La historia de Sísifo nos otorga el ejemplo de una enseñanza elemental: No basta con realizar un mismo trabajo durante muchos años para que éste llegue a buen fin. El periodismo de Ricardo Alemán constituye otro ejemplo de esta misma enseñanza. 
En un texto bastante desafortunado titulado “Respuesta a un ‘ternurita’”, el colaborador de El Universal y Foro Tv hace gala de tres cosas:
1) Sus precarios conocimientos en materia periodística,
2) su falta de investigación respecto a las nuevas teorías de la comunicación y sus repercusiones en el periodismo,
y 3) La nula problematización y la ausencia de una perspectiva crítica sobre las enseñanzas dogmáticas que recibió de algún  manual –ya vetusto y empolvado- de periodismo.  
Me permito hablar en términos teóricos debido a que, en su artículo, pretende aleccionarnos académicamente en materia periodística. Como él mismo dice: “Vayamos por partes”. 

Ricardo Alemán parte de un error elemental, cree que al carecer de pretensiones de “objetividad”, la opinión no obedece a ningún criterio de validez. Evidentemente la noticia y la opinión son géneros periodísticos distintos, pero en tanto a discursos ambos comparten una pretensión comunicativa, la cual supone una serie de criterios de validez. Si bien la opinión como género no pretende “objetividad”, en tanto discurso con intenciones comunicativas se vale de afirmaciones y aseveraciones; Habermas, Brandon, Strawson, Austin, Snadelbäch y demás filósofos del lenguaje y teóricos de la comunicación, han dejado claro que las pretensiones de racionalidad de todo “acto de habla” dependen de que el emisor logre justificar, en términos argumentativos, por qué sus aseveraciones pueden resultar más validas que otras. 
El señor Alemán deberá corregirme si me equivoco, hasta donde yo entiendo, si bien, sus afirmaciones no pretenden ser “objetivas”, sí pretenden ser “racionales”; todavía más, quiero pensar –aunque tal vez estoy en un error- que además escribe tales opiniones porque asume que tienen valor, son lógicas y pueden ser defendidas. Efectivamente, como él mismo señala, un buen trabajo de  opinión periodística no depende de la “objetividad” de las afirmaciones ahí vertidas, pero sí de la posibilidad de justificarlas en términos argumentativos. Si los argumentos se encuentran debidamente justificados el trabajo periodístico será mejor valorado y, evidentemente, si la argumentación es mala, la opinión puede ser legítimamente criticada y minusvalorada. 

Todo el artículo de Alemán parte de una falacia (cuyo nombre técnico en Lógica es Non sequitor), pues si es verdad que las opiniones no pretenden “objetividad”, de ello no se sigue necesariamente que debamos aceptar la anarquía valorativa absoluta ni el relativismo total. Resulta legítimo, pues, reprochar y criticar las limitaciones de quienes vierten opiniones fundadas en justificaciones endebles. Esto no significa que quienes no puedan justificar sus afirmaciones deban ser callados, relegados o censurados – los que defendemos la libertad de expresión[1] jamás sostendríamos tal postura-, lo que sí quiere decir es que su trabajo periodístico puede ser catalogado legítimamente como deficiente. 

Ahora bien, la pluralidad de voces es sumamente importante para los sistemas democráticos, por lo mismo a veces resulta adecuado que en pro de esa pluralidad se acepten voces que generan un periodismo de poca calidad y falto de rigurosidad. El caso de Ricardo Alemán es una muestra ejemplar de ello, incluso sus textos difícilmente justificables en términos de argumentación pueden llegar a tener voz en los medios de comunicación mexicanos. A falta de espacio me valgo de un solo ejemplo. Previo al debate que #YoSoy132 organizó, Alemán escribió otro desafortunado artículo  titulado: “Se pudrió #YoSoy132”, en él afirmaba: “[…]es inexplicable que la candidata del PAN acuda, porque seguro sabe que, en realidad, ‘el debate’ es una patraña del grupo Morena y del candidato López Obrador –para arrebatarle el segundo lugar que recién recuperó– en su intento de reventar la elección presidencial”. Pues resulta que dicho debate, según la opinión  de los propios asistentes, ni fue manipulado, ni fue parcial, ni fue una patraña del grupo Morena. Es más, quien resulto menos favorecido en el mismo fue Andrés Manuel Lopez Obrador, tanto Josefina, como  Gabriel Quadri  mostraron  mayor soltura y supieron manejar mejor el formato del mismo. El problema no consiste en que al señor Alemán se le ocurriera afirmar con seguridad algo que no sucedió, que ni los propios involucrados consideraron seriamente y que incluso fue claramente negado por los mismos, sino que una vez que los propios hechos desmintieron semejante disparate, nuestro “opinólogo” fue incapaz de aceptar su error, justificar sus afirmaciones o retractarse de las mismas. Lo que le interesaba, como a todo buen amante del sensacionalismo, era alborotar, azuzar y escapar huyendo. El señor Alemán cree que está en  todo su derecho de hacerlo, por un momento dejemos en suspenso el artículo sexto de nuestra constitución y aceptemos sin conceder que su creencia puede sostenerse, ello no impide que podamos criticar legítimamente la falta de rigurosidad de sus afirmaciones y, mucho menos, justifica su lamentable afirmación de que “es una reverenda estupidez” establecer criterios valorativos sobre la razonabilidad de sus dichos. 

Por último, la aversión que Ricardo Alemán nos profesa es realmente sintomática y contrasta con su mutismo respecto a ignominias que bien podría denunciar. Me pregunto si no sería mejor que invirtiera sus esfuerzos y aprovechara sus espacios en  prensa y televisión, para criticar, con la misma intensidad que lo hace hacia nosotros, la existencia de un duopolio televisivo. El cual, seguramente, provoca más perjuicios económicos y políticos que los “tiernos” efectos de nuestras protestas. En este punto me permito cambiar el tono del artículo y preguntarle directamente: ¿Qué opina usted, señor Alemán, de que México sea uno de los únicos países “democráticos” en el que una sola empresa televisiva concentra más del 70% de la audiencia?, ¿por qué nunca ha sacado un artículo tan furibundo sobre un tema tan relevante? Lo invito, señor Alemán, a debatir sobre estos problemas. Supongo que usted se asume como un periodista ético, como bien sabe uno de los principales rasgos de la ética periodística consiste en comprometerse a realizar un periodismo serio y riguroso, así sea en el género de opinión. Resulta fácil criticar sin otorgarle a los aludidos derecho de réplica, de la manera más atenta le pido que nos proporcione un espacio para debatir en igualdad de condiciones. Con el único ánimo de  promover un debate serio y razonado, le envío un cordial saludo. 

Atte.
Ricardo Bernal, alumno del doctorado en Humanidades de la UAM-I y miembro, ufanado, de #YoSoy132.                    
             


[1] Aprovecho aquí para señalar otro error de nuestro autor: la libertad de expresión es el resultado de luchas sociales y políticas y no “parte del equipaje con el que llegamos al mundo”, nuestro perspicaz “opinólogo” confunde aquí la facultad comunicativa del ser humano con el complejo concepto de “libertad de expresión”.                          

1 comentario:

  1. Ineresante artículo, y uno se puede dar cuenta por muchos de los tuits de este señor, que habla varias veces sin fundamentos o cambia palabras para agravar acusaciones contra diversos actores políticos, el punto aquí no es la afiliación política, lo sé, pero evidencia la clase de "periodista" que es: Él demuestra que la experiencia no hace diferencia, al menos en su caso.

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