TEXTO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN ESTE MISMO ESPACIO EN AGOSTO DE 2012.
En el canto número XI de La Odisea, Homero
nos presenta la imagen de Sísifo. Condenado por su irreverente actitud, quien
fuera rey de Éfira debe colocar una roca en la cumbre de una ladera.
El trabajo parece sencillo, pero los dioses
se han empeñado en hacer infructuosos todos sus esfuerzos. La ladera es tan
escarpada que, justo antes de llegar a la cumbre, la roca cae y regresa a su
origen. El hijo de Eolo debe repetir esa misma operación una y otra vez, debe
afanarse infinitamente para lograr algo que nunca podrá concluir de manera
adecuada.
La historia de Sísifo nos otorga el ejemplo
de una enseñanza elemental: No basta con realizar un mismo trabajo durante
muchos años para que éste llegue a buen fin. El periodismo de Ricardo Alemán
constituye otro ejemplo de esta misma enseñanza.
En un texto bastante desafortunado titulado
“Respuesta a un ‘ternurita’”, el colaborador de El Universal y Foro Tv hace
gala de tres cosas:
- Sus precarios conocimientos en materia
periodística,
- su falta de investigación respecto a las
nuevas teorías de la comunicación y sus repercusiones en el periodismo
- La nula problematización y la ausencia
de una perspectiva crítica sobre las enseñanzas dogmáticas que recibió de algún
manual –ya vetusto y empolvado- de periodismo.
Me permito hablar en términos teóricos
debido a que, en su artículo, pretende aleccionarnos académicamente en materia
periodística. Como él mismo dice: “Vayamos por partes”.
Ricardo Alemán parte de un error elemental,
cree que al carecer de pretensiones de “objetividad”, la opinión no obedece a
ningún criterio de validez. Evidentemente la noticia y la opinión son géneros
periodísticos distintos, pero en tanto a discursos ambos comparten una
pretensión comunicativa, la cual supone una serie de criterios de validez. Si
bien la opinión como género no pretende “objetividad”, en tanto discurso con
intenciones comunicativas se vale de afirmaciones y aseveraciones; Habermas,
Brandon, Strawson, Austin, Snadelbäch y demás filósofos del lenguaje y teóricos
de la comunicación, han dejado claro que las pretensiones de racionalidad de
todo “acto de habla” dependen de que el emisor logre justificar, en términos
argumentativos, por qué sus aseveraciones pueden resultar más validas que
otras.
El señor Alemán deberá corregirme si me
equivoco, hasta donde yo entiendo, si bien, sus afirmaciones no pretenden ser
“objetivas”, sí pretenden ser “racionales”; todavía más, quiero pensar –aunque
tal vez estoy en un error– que además escribe tales opiniones porque asume que
tienen valor, son lógicas y pueden ser defendidas. Efectivamente, como él mismo
señala, un buen trabajo de opinión periodística no depende de la “objetividad”
de las afirmaciones ahí vertidas, pero sí de la posibilidad de justificarlas en
términos argumentativos. Si los argumentos se encuentran debidamente
justificados, el trabajo periodístico será mejor valorado y, evidentemente, si
la argumentación es mala, la opinión puede ser legítimamente criticada y
minusvalorada.
Todo el artículo de Alemán parte de una
falacia (cuyo nombre técnico en Lógica es Non sequitor), pues si es verdad que
las opiniones no pretenden “objetividad”, de ello no se sigue necesariamente
que debamos aceptar la anarquía valorativa absoluta ni el relativismo total.
Resulta legítimo, pues, reprochar y criticar las limitaciones de quienes
vierten opiniones fundadas en justificaciones endebles. Esto no significa que
quienes no puedan justificar sus afirmaciones deban ser callados, relegados o
censurados –los que defendemos la libertad de expresión[1] jamás sostendríamos
tal postura–, lo que sí quiere decir es que su trabajo periodístico puede ser
catalogado legítimamente como deficiente.
Ahora bien, la pluralidad de voces es
sumamente importante para los sistemas democráticos, por lo mismo a veces resulta
adecuado que en pro de esa pluralidad se acepten voces que generan un
periodismo de poca calidad y falto de rigurosidad. El caso de Ricardo Alemán es
una muestra ejemplar de ello, incluso sus textos difícilmente justificables en
términos de argumentación pueden llegar a tener voz en los medios de
comunicación mexicanos. A falta de espacio me valgo de un solo ejemplo. Previo
al debate que #YoSoy132 organizó, Alemán escribió otro desafortunado artículo
titulado: “Se pudrió #YoSoy132”, en él afirmaba: “[…]es inexplicable que la
candidata del PAN acuda, porque seguro sabe que, en realidad, ‘el debate’ es
una patraña del grupo Morena y del candidato López Obrador –para arrebatarle el
segundo lugar que recién recuperó– en su intento de reventar la elección
presidencial”. Pues resulta que dicho debate, según la opinión de los propios
asistentes, ni fue manipulado, ni fue parcial, ni fue una patraña del grupo
Morena. Es más, quien resulto menos favorecido en el mismo fue Andrés Manuel
Lopez Obrador, tanto Josefina, como Gabriel Quadri mostraron mayor soltura y
supieron manejar mejor el formato del mismo.
El problema no consiste en que al
señor Alemán se le ocurriera afirmar con seguridad algo que no sucedió, que ni
los propios involucrados consideraron seriamente y que incluso fue claramente
negado por los mismos, sino que una vez que los propios hechos desmintieron
semejante disparate, nuestro “opinólogo” fue incapaz de aceptar su error,
justificar sus afirmaciones o retractarse de las mismas. Lo que le interesaba,
como a todo buen amante del sensacionalismo, era alborotar, azuzar y escapar
huyendo. El señor Alemán cree que está en todo su derecho de hacerlo, por un
momento dejemos en suspenso el artículo sexto de nuestra constitución y
aceptemos sin conceder que su creencia puede sostenerse, ello no impide que
podamos criticar legítimamente la falta de rigurosidad de sus afirmaciones y,
mucho menos, justifica su lamentable afirmación de que “es una reverenda
estupidez” establecer criterios valorativos sobre la razonabilidad de sus
dichos.
Por último, la aversión que Ricardo Alemán
nos profesa es realmente sintomática y contrasta con su mutismo respecto a
ignominias que bien podría denunciar. Me pregunto si no sería mejor que
invirtiera sus esfuerzos y aprovechara sus espacios en prensa y televisión,
para criticar, con la misma intensidad que lo hace hacia nosotros, la
existencia de un duopolio televisivo. El cual, seguramente, provoca más
perjuicios económicos y políticos que los “tiernos” efectos de nuestras protestas.
En este punto me permito cambiar el tono del artículo y preguntarle
directamente:
¿Qué opina usted, señor Alemán, de que México sea uno de los
únicos países “democráticos” en el que una sola empresa televisiva concentra
más del 70% de la audiencia?, ¿por qué nunca ha sacado un artículo tan
furibundo sobre un tema tan relevante? Lo invito, señor Alemán, a debatir sobre
estos problemas. Supongo que usted se asume como un periodista ético, como bien
sabe uno de los principales rasgos de la ética periodística consiste en
comprometerse a realizar un periodismo serio y riguroso, así sea en el género
de opinión. Resulta fácil criticar sin otorgarle a los aludidos derecho de
réplica, de la manera más atenta le pido que nos proporcione un espacio para
debatir en igualdad de condiciones. Con el único ánimo de promover un debate
serio y razonado, le envío un cordial saludo.
Atte.
Ricardo Bernal, alumno del doctorado en
Humanidades de la UAM-I y miembro, ufanado, de #YoSoy132.
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[1] Aprovecho aquí para señalar otro error de
nuestro autor: la libertad de expresión es el resultado de luchas sociales y
políticas y no “parte del equipaje con el que llegamos al mundo”, nuestro
perspicaz “opinólogo” confunde aquí la facultad comunicativa del ser humano con
el complejo concepto de “libertad de expresión”.