En
el canto número XI de La Odisea, Homero nos presenta la imagen
de Sísifo. Condenado por su irreverente
actitud, quien fuera rey de Éfira debe colocar una roca en la cumbre de una
ladera.
El trabajo parece sencillo, pero los dioses se han empeñado en hacer
infructuosos todos sus esfuerzos. La ladera es tan escarpada que, justo antes
de llegar a la cumbre, la roca cae y regresa a su origen. El hijo de Eolo debe
repetir esa misma operación una y otra vez, debe afanarse infinitamente para
lograr algo que nunca podrá concluir de manera adecuada.
La historia de Sísifo
nos otorga el ejemplo de una enseñanza elemental: No basta con realizar un
mismo trabajo durante muchos años para que éste llegue a buen fin. El
periodismo de Ricardo Alemán constituye otro ejemplo de esta misma enseñanza.
En un texto bastante desafortunado titulado “Respuesta a un ‘ternurita’”, el
colaborador de El Universal y Foro Tv hace gala de tres cosas:
1) Sus precarios conocimientos en materia periodística,
2) su falta de investigación respecto a las nuevas teorías de la comunicación y sus repercusiones en el periodismo,
y 3) La nula problematización y la ausencia de una perspectiva crítica sobre las enseñanzas dogmáticas que recibió de algún manual –ya vetusto y empolvado- de periodismo.
1) Sus precarios conocimientos en materia periodística,
2) su falta de investigación respecto a las nuevas teorías de la comunicación y sus repercusiones en el periodismo,
y 3) La nula problematización y la ausencia de una perspectiva crítica sobre las enseñanzas dogmáticas que recibió de algún manual –ya vetusto y empolvado- de periodismo.
Me permito hablar en términos teóricos debido
a que, en su artículo, pretende aleccionarnos académicamente en materia
periodística. Como él mismo dice: “Vayamos por partes”.
Ricardo
Alemán parte de un error elemental, cree que al carecer de pretensiones de
“objetividad”, la opinión no obedece a ningún criterio de validez.
Evidentemente la noticia y la opinión son géneros periodísticos distintos, pero
en tanto a discursos ambos comparten una pretensión comunicativa, la cual
supone una serie de criterios de validez. Si bien la opinión como género no
pretende “objetividad”, en tanto discurso con intenciones comunicativas se vale
de afirmaciones y aseveraciones; Habermas, Brandon, Strawson, Austin,
Snadelbäch y demás filósofos del lenguaje y teóricos de la comunicación, han
dejado claro que las pretensiones de racionalidad de todo “acto de habla” dependen
de que el emisor logre justificar, en términos argumentativos, por qué sus
aseveraciones pueden resultar más validas que otras.
El señor Alemán deberá
corregirme si me equivoco, hasta donde yo entiendo, si bien, sus afirmaciones
no pretenden ser “objetivas”, sí pretenden ser “racionales”; todavía más,
quiero pensar –aunque tal vez estoy en un error- que además escribe tales
opiniones porque asume que tienen valor, son lógicas y pueden ser defendidas. Efectivamente,
como él mismo señala, un buen trabajo de
opinión periodística no depende de la “objetividad” de las afirmaciones
ahí vertidas, pero sí de la posibilidad de justificarlas en términos
argumentativos. Si los argumentos se encuentran debidamente justificados el
trabajo periodístico será mejor valorado y, evidentemente, si la argumentación
es mala, la opinión puede ser legítimamente criticada y minusvalorada.
Todo el
artículo de Alemán parte de una falacia (cuyo nombre técnico en Lógica es Non sequitor), pues si es verdad que las
opiniones no pretenden “objetividad”, de ello no se sigue necesariamente que
debamos aceptar la anarquía valorativa absoluta ni el relativismo total.
Resulta legítimo, pues, reprochar y criticar las limitaciones de quienes
vierten opiniones fundadas en justificaciones endebles. Esto no significa que
quienes no puedan justificar sus afirmaciones deban ser callados, relegados o
censurados – los que defendemos la libertad de expresión[1]
jamás sostendríamos tal postura-, lo que sí quiere decir es que su trabajo
periodístico puede ser catalogado legítimamente como deficiente.
Ahora bien, la
pluralidad de voces es sumamente importante para los sistemas democráticos, por
lo mismo a veces resulta adecuado que en pro de esa pluralidad se acepten voces
que generan un periodismo de poca calidad y falto de rigurosidad. El caso de
Ricardo Alemán es una muestra ejemplar de ello, incluso sus textos difícilmente
justificables en términos de argumentación pueden llegar a tener voz en los
medios de comunicación mexicanos. A falta de espacio me valgo de un solo
ejemplo. Previo al debate que #YoSoy132 organizó, Alemán escribió otro
desafortunado artículo titulado: “Se
pudrió #YoSoy132”, en él afirmaba: “[…]es inexplicable que la candidata del PAN acuda, porque seguro sabe que,
en realidad, ‘el debate’ es una patraña del grupo Morena y del candidato López
Obrador –para arrebatarle el segundo lugar que recién recuperó– en su intento
de reventar la elección presidencial”. Pues resulta que dicho debate, según la
opinión de los propios asistentes, ni
fue manipulado, ni fue parcial, ni fue una patraña del grupo Morena. Es más,
quien resulto menos favorecido en el mismo fue Andrés Manuel Lopez Obrador,
tanto Josefina, como Gabriel Quadri mostraron
mayor soltura y supieron manejar mejor el formato del mismo. El problema
no consiste en que al señor Alemán se le ocurriera afirmar con seguridad algo
que no sucedió, que ni los propios involucrados consideraron seriamente y que
incluso fue claramente negado por los mismos, sino que una vez que los propios
hechos desmintieron semejante disparate, nuestro “opinólogo” fue incapaz de
aceptar su error, justificar sus afirmaciones o retractarse de las mismas. Lo
que le interesaba, como a todo buen amante del sensacionalismo, era alborotar,
azuzar y escapar huyendo. El señor Alemán cree que está en todo su derecho de hacerlo, por un momento
dejemos en suspenso el artículo sexto de nuestra constitución y aceptemos sin
conceder que su creencia puede sostenerse, ello no impide que podamos criticar
legítimamente la falta de rigurosidad de sus afirmaciones y, mucho menos,
justifica su lamentable afirmación de que “es una reverenda estupidez”
establecer criterios valorativos sobre la razonabilidad de sus dichos.
Por
último, la aversión que Ricardo Alemán nos profesa es realmente sintomática y
contrasta con su mutismo respecto a ignominias que bien podría denunciar. Me
pregunto si no sería mejor que invirtiera sus esfuerzos y aprovechara sus
espacios en prensa y televisión, para
criticar, con la misma intensidad que lo hace hacia nosotros, la existencia de
un duopolio televisivo. El cual, seguramente, provoca más perjuicios económicos
y políticos que los “tiernos” efectos de nuestras protestas. En este punto me
permito cambiar el tono del artículo y preguntarle directamente: ¿Qué opina
usted, señor Alemán, de que México sea uno de los únicos países “democráticos”
en el que una sola empresa televisiva concentra más del 70% de la audiencia?,
¿por qué nunca ha sacado un artículo tan furibundo sobre un tema tan relevante?
Lo invito, señor Alemán, a debatir sobre estos problemas. Supongo que usted se
asume como un periodista ético, como bien sabe uno de los principales rasgos de
la ética periodística consiste en comprometerse a realizar un periodismo serio
y riguroso, así sea en el género de opinión. Resulta fácil criticar sin
otorgarle a los aludidos derecho de réplica, de la manera más atenta le pido
que nos proporcione un espacio para debatir en igualdad de condiciones. Con el
único ánimo de promover un debate serio
y razonado, le envío un cordial saludo.
Atte.
Ricardo Bernal, alumno del doctorado en Humanidades de la UAM-I y miembro, ufanado, de #YoSoy132.
Ricardo Bernal, alumno del doctorado en Humanidades de la UAM-I y miembro, ufanado, de #YoSoy132.
[1] Aprovecho aquí para señalar otro error de nuestro autor: la
libertad de expresión es el resultado de luchas sociales y políticas y no
“parte del equipaje con el que llegamos al mundo”, nuestro perspicaz “opinólogo”
confunde aquí la facultad comunicativa del ser humano con el complejo concepto
de “libertad de expresión”.